jueves, 11 de mayo de 2006

Tinta invisible

        Mientras el camarero le servia, levanto la vista sin mirarle. Su alma transparente, no dejaba lugar a la duda.
El fuego de aquella botella hipnotizaba a Héctor, mientras el líquido hacia bailar el hielo en fondo del baso.

    El embriagador aroma del licor inundaba de nostalgias aquel rincón, donde la sombra de una vieja pluma danzaba entre los renglones,  atenazada por su indefinida y temblorosa mano, intentando trazar sobre el papel  jirones de su vida.
Con un –gracias- agotado, tomo la copa y humedeció al mismo tiempo el paladar y sus entrañas dejándose aturdir por el  anestésico brebaje amigo, que le permitía seguir sufriendo sin apenas dolor.
Con la mirada ausente en el exterior, trataba de concentrarse para volver a recordar su rostro, mientras esperaba que la inspiración se apoderase de sus dedos.
 Tras el cristal,  la lluvia arrastraba con sinuosos e indefinidos caminos la suciedad que emborronaba su transparencia.
Su mano izquierda acariciaba su mentón, como exigiendo respuestas. Con un largo suspiro soltó la pluma sobre el papel al mismo tiempo que los dedos de ambas manos cubrían su rostro cansado, y sus dedos surcaban sus cabellos asortijados y grasientos hasta la nuca, como queriendo levantar la epidermis para descubrir aquellas palabras que le llegasen al fondo de su corazón.
Su frente quedo apoyada sobre el papel mientras sus manos permanecían sobre la nuca. Su respiración fatigada, hacia levitar su alma a través de los sueños y sus recuerdos en aquel limbo confundían  realidad y ficción.
De pronto el olor a alcohol lentamente se endulzaba transformándose en un,  subyugante y sensual perfume que penetraba en su pituitaria, despertando sus sentidos.
Levantando la cabeza lentamente, sus pupilas reconocieron aquellas punteras de charol infinitas, laceadas sobre marcados tobillos, izados sobre un esbelto e interminable tacón de aguja. Estos enfundaban como una catana, dos esbeltas y torneadas piernas de mujer escondidas bajo una tenue y transparente media que como negra telaraña ocultaban su secreto.
Su mano tendida, de tersa piel y largos dedos terminados en postizas uñas encarnadas era acompañada de un sensual y cálido susurro.
- Hola Héctor, ¿subimos?
No era necesario levantar la mirada para reconocer la presencia de su incondicional amiga nocturna. Giro lentamente su cabeza hasta alinear su mirada con las escaleras que ascendían a la planta superior,  donde la oscuridad ocultaba la alcoba testigo de su verdad, donde la almohada sobre la cama sería de nuevo su paño húmedo de soledades.
Se incorporó- no sin esfuerzo- hasta enfrentarse con aquel ángel femenino que día a día le insistía y que su imaginación transformaba  hasta conseguir reconocer en el frágil recuerdo del rostro de su  amada obligándole a rechazarla.
Perdona Ninet, ojalá fueses tú.
Sin un ruido más, salvo el de los goterones de lluvia racheada sobre la luna de aquel bar, Héctor se encamino vacilante, cansado y desorientado hasta alcanzar la barandilla que le conduciría hasta su destino, otra vez,  sin compañía.
Su silueta gris se perdió en la oscuridad al mismo tiempo que el sonido de sus pasos hacia crujir los escalones,  al final solo quedo el quejido oxidado de una puerta.
 El barman,  tras la barra,  secaba las copas, clavando la mirada en los ojos de Ninet que frente a el, sentada en el taburete le devolvía la suya, con extrañeza.
 Tras un instante ambos dejaron caer su mirada ausente encerrados con sus pensamientos mientras la lluvia seguía deslizándose a gorgotones tras la luna del local.
Con la bandeja bajo el brazo, el barman contorneo la barra hasta alcanzar la mesa donde Héctor estuvo sentado, tomo la copa  y la pluma,  colocando la primera en la bandeja y la pluma en el bolsillo de su camisa, paso un paño húmedo sobre la superficie del mármol sin demasiado esmero, apartando el cuadernillo donde Héctor escribía cada día.
Dirigiendo la mirada a Ninet con ojos de sospecha, dejo la bandeja en la mesa y se dispuso a desvelar el secreto de aquel escrito. Ninet, salto del taburete, se acerco y ambos clavaron sus pupilas en aquellos temblorosos trazos.

Podéis quedaros con la pluma, su tinta debe ser transparente porque nunca obtuve su anhelada respuesta. Lo siento cariño, lo he intentado todo, estoy muy cansado.

Ambos se estremecieron y sus miradas se perdieron en la alta oscuridad, de aquella escalera.