viernes, 23 de abril de 2021

La Travesia finalizó, pero no el viaje.


    Navegar a vela en ¡rabiosa ceñida! es conseguir dominar la nao equilibrando la fuerza del viento de través contra el velamen, y la resistencia contraria que ejerce la orza bajo la quilla surcando la mar, contrapesando el abatimiento y escorando lo justo para no volcar y mantener la proa al viento a máxima velocidad. Ese pulso se concentra al volante del timonel, ambas fuerzas desean imperar y doblegar sus muñecas al intentar someter la furia de ambos manteniendo firme la rueda,  saber conceder ese mínimo giro para contrarrestar también nuestras flaquezas, esa maestria se consigue sabiendo leer y sentir el viento en el rostro,  el quejido de las telas, el crujir de los mástiles, y la espuma del mar al romper contra el costado.
Veinte años es mucha vida sobre la cubierta de Colt, y os aseguro que más de una vez junto a la tripulacion me he sentido navegar en ¡rabiosa ceñida!
Muchas gracia a todos, por todo. El La Nao Telemaco, La Travesia
La nube sin remision se postula como la hemeroteca de nuestros recuerdos, 
seguir este enlace.

viernes, 16 de abril de 2021

Cebú


En ese lugar donde cuatro patas definen las creencias de sus gentes,  y las castas vertebran el valor de la vida o la muerte, entre olores a sándalo sudor y dátiles, la miseria y el calor se apoderaban de aquella destartalada estación de tren.
    Hacinados pasajeros hacían de la paciencia una virtud sin valor pegada a su piel.  Tez y cabellos oscuros competían con profundos ojos brillantes de azabache, que parecían iluminados en noches de nostálgica luna
    Sacrificaban el poco espacio para respirar hasta conseguir que la intimidad se instalase en aquel vagón, donde Raisa apretando los dientes y su abdomen se vaciaba de dolor en soledad, deseando el momento
    Aquel espacio hueco y oxidado la convirtió en un instante en matrona y parturienta a la vez. Las henchidas arterias de su cuello y sienes eran el preludio del último esfuerzo que trasformo el sudor de su frente en llanto abrazado de histérica sonrisa al contemplar por fin, el rostro ensangrentado de Qufac, su noveno hindú

    Tras recuperar el normal latir de su corazón contemplo todavía desorientada en silencio, aquellos primeros y únicos instantes. Su cabeza agotada del esfuerzo se permitió reposar la nuca sobre aquel cajón, mientras,  dirigía la mirada esta vez a Rastaf y Meifac, dos de sus hijos menores que desapercibidos del milagro, intentaban tras las ventanas enrejadas de acero, alargar sus brazos, para tocar al Cebú, que desde el anden alargaba su cuello y se ofrecía sin resistencia a sus caricias.

    La aterciopelada felicidad infantil que sus rostros ofrecían, no pasaba inadvertido al sagrado animal sabedor de su estatus, conocedor al mismo tiempo de ser el causante de su hambre y miseria.

Perlas liquidas humedecían los pómulos de Raisa, hasta encontrar la comisura de sus labios donde el sabor salado le presagiaba la levedad temporal entre la ínfima felicidad y la eterna amargura. El plúmbeo ambiente de aquel lugar, termino de agotar las escasas energías, dejando reposar su milagro sobre el suelo de madera entre sus piernas, no sin antes separar, con pesar, el que instantes antes fue una prolongación de su cuerpo.

Con apenas un susurro agotado los llamó.
Rastaf, Meifac, cuidad de vuestro hermano.

Al instante la cabeza de Raisa, como una muñeca rota se desplomo sobre su hombro.

    Ambos se hincaron de rodillas al lado de su madre, Meifac  sabia que hacer, tomo con sus ingenuas y pequeñas manos a su hermano que lloriqueaba sin cesar, recorrió el corto trayecto hasta la portezuela de salida aquel vagón, y allí estaba.

    El Cebú, había introducido su enorme y blanca testuz en el interior del vagón instintivamente, reclamando la vida con su agudo olfato, sintiéndose fiel cumplidor de su sagrada existencia,  ser madre de madres.

    Sobre el suelo de cálido metal, Qufac se agitaba sin para de gemir a escasos centímetros del Cebú, este olisqueo al pequeño e inmediatamente de su boca salio una enorme lengua blanca que lo lamió, primero el rostro y después el resto del cuerpo con movimientos indefinidos  pero certeros que acallaban sus lloros ante los expectantes ojos de sus hermanos, de cuyos rostros nunca desapareció la sonrisa.

    Desde, el extremo opuesto, serena y orgullosa, Raisa los contemplaba