El plácido calor de la mañana, alimentado de perfumes de leña quemada, recorrían las azoteas y tejados de la ciudad.
La cálida brisa provocó el suave despertar de Mónica como un leve roce sobre su espalda trasnochada.
Su piel, expuesta al relente nocturno junto a su amado ahora era recorrida por un escalofrío de nostalgia y duda.
Sus extremidades y vientre adormecidos de atenazar la felicidad únicamente necesitaban permanecer en la dulce quietud del recuerdo.
Tras dudar, al fin los parpados como un telón dieron paso a la luz que encogieron sus pupilas hasta que asimilaron lentamente con nitidez el entorno. Entonces descubrió junto a su lecho una carta, que aún conservaba el aroma a tinta, no dudó, se incorporó, y saboreó cada palabra.
La cálida brisa provocó el suave despertar de Mónica como un leve roce sobre su espalda trasnochada.
Su piel, expuesta al relente nocturno junto a su amado ahora era recorrida por un escalofrío de nostalgia y duda.
Sus extremidades y vientre adormecidos de atenazar la felicidad únicamente necesitaban permanecer en la dulce quietud del recuerdo.
Tras dudar, al fin los parpados como un telón dieron paso a la luz que encogieron sus pupilas hasta que asimilaron lentamente con nitidez el entorno. Entonces descubrió junto a su lecho una carta, que aún conservaba el aroma a tinta, no dudó, se incorporó, y saboreó cada palabra.
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