Los reflejos de la mica del granito capturaron su mirada, su alma sedentaria recordaba. El bello gris de sus sienes se cimbreaba con la brisa al tiempo que obligaban a pestañear aquellos ojos de vista extraviada en un punto infinito más allá de los sueños, de la ansiada paz.
En sus pupilas tintineaban los brillos de la fría roca ahora bañada por el calor del incipiente astro, cada inspiración alimentaba su espíritu de tarde de verano envuelto en olores de cálida ternura.
¿Será el momento?, podría ser, -se preguntaba-.
Temía que llegara cualquier otro día, en algún otro momento menos placentero sin la embriaguez del instante, arropada en adormecidos recuerdos de labios ahora secos de nostalgia recordado ser besados.
Solo la ausente mirada impedía cerrar sus ancianos parpados y dejarse arrullar en remolino ascendente, desaparecer en los azules atravesando la hojarasca de chopos infinitos vigilantes de no tan lejanos encuentros.
En sus pupilas tintineaban los brillos de la fría roca ahora bañada por el calor del incipiente astro, cada inspiración alimentaba su espíritu de tarde de verano envuelto en olores de cálida ternura.
¿Será el momento?, podría ser, -se preguntaba-.
Temía que llegara cualquier otro día, en algún otro momento menos placentero sin la embriaguez del instante, arropada en adormecidos recuerdos de labios ahora secos de nostalgia recordado ser besados.
Solo la ausente mirada impedía cerrar sus ancianos parpados y dejarse arrullar en remolino ascendente, desaparecer en los azules atravesando la hojarasca de chopos infinitos vigilantes de no tan lejanos encuentros.
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